Gato Negro

El gato negro se lamía las patas metódicamente, primero una luego la otra, se repasaba las uñas, las estiraba las encogía, las limaba para tenerlas preparadas.

Le gustaba tomar el sol cómodamente sentado en esa columna de obra nunca acabada, era el amo del solar, llegó un día sin intención de uno de sus muchos viajes buscando un lugar donde no le tirasen piedras ni nadie le juzgara por el color de su piel.

Se sabía bello, su pelo negro era brillante a la luz del sol y sensual a la luz de la luna, sus ojos verdes aceitunados de forma almendrada le daban a su rostro un dulce semblante, amable, sincero, vamos todo un gato de raza.

Tenía unas rutinas muy marcadas, no le gustaban los cambios quizás porque había tenido que cambiar tan a menudo de sitio, de casa, de pueblo, de ciudad que ya a su edad ansiaba un poco de rutina tranquila.

Seguramente tenía hijos por el mundo, siempre se había considerado un caballero por eso nunca engaño a ninguna de las damas gatunas con las que tuvo el placer de disfrutar de alguna que otra relación, no quería compromisos.

Tenía claro que su ronroneo era más que particular, en esos atardeceres veraniegos le gustaba tumbarse aprovechando los últimos rayos del sol estival y allí disfrutando del momento, cantaba su canción amorosa esperando a su nueva conquista mientras contemplaba el paseo animoso de los transeúntes que al igual que él disfrutaban de la estación.

Cada mañana, como buen vigilante que era realizaba su revisión matutina para asegurarse de que ningún okupa involuntario invadiera su territorio dejando su marca como correspondía en cada una de las esquinas de  su casa, luego sin prisa se acercaba al mismo restaurante donde ya le esperaban para desayunar las ricas sobras de la noche anterior, luego la siesta matinal para una digestión correcta, como ya he dicho a cierta edad uno debe empezar a cuidarse. El resto ya llegaría.

Me gusta ver al gato negro, al principio reconozco que llevada por las eternas supersticiones giraba la vista cuando se cruzaba en mi camino y le maldecía interiormente pensando que me iba a traer mala suerte, hasta que un día me di cuenta que no era él el que se cruzaba en mi camino sino más bien yo la que pasaba cada día por delante de su casa, y de evitarlo pase a buscarlo, y de buscarlo a sonreirle, y de sonreirle a añorarlo cuando no me lo encontraba.

Y de repente se convirtió en gato, solo el gato, ¡allí esta el gato!.

El gato negro se lamía las patas metódicamente, primero una luego la otra...




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