Ángeles en mi camino



-          “¿Y donde dices que tengo que ir?”
-          Recto, hacia delante, siguiendo el camino,…no es difícil, ¡verás!
-          Pero,..¿adónde iré entonces?
-          Pues recto, …siempre recto
-          ¡Y…, qué encontraré?
-          ““…Nada,….el final.
-          ¡Solamente ¡… ¿Y no conoceré a alguien, y aprenderé algo?, ¿me servirá...para qué?
-          Bueno, no sé,  si quieres,  conocerás,…si eres listo aprenderás, y…si eres sabio, te servirá.
-          ¿Será fácil?
-          No, pero, de ti dependerá, al principio puede que sí,  luego las cosas se podrán complicar, pero si has mirado, escuchado, y aprendido, lo difícil de nuevo será fácil y simple.
-          ¿Y al final?, que sucederá, porque hay un final, ¿verdad?
-          Sí, porque todo se acaba, todo, pero primero hallaras muchos finales, y  siempre un principio detrás,… de ti dependerá.
-          Tengo miedo,… mejor me quedo aquí, iré solo, ¿no?
-          (Sonrisa), ángeles escondidos cuidarán tus pasos, y tú los encontrarás.
-          Pero…., no, no puedo quedarme, mis pies me piden andar, mi corazón continuar, mi cabeza más. Tengo miedo, ¿Por qué,… quien me recibirá haya al final?
-         Tu alma. 

"Ama de Casa"


Abrió los ojos y no se sorprendió al ver en el reloj despertador que nunca utilizaba las seis de  la mañana, ya  que  cada día y desde casi siempre su cuerpo cronometrado por la rutina se  despertaba  a la misma  hora. Se levantó tranquilamente y se dirigió como siempre a la cocina, encendió la cafetera, levanto la persiana, miró al cielo oscuro intentando  adivinar  el tiempo que haría mientras abría el lavaplatos para recoger los platos ya limpios de la cena, terminó y se paseó por la casa poniendo en su sitio todo lo que estaba fuera de lugar andando hacía el baño a ducharse.
Le  encantaba  ese primer momento en la ducha con el agua muy caliente deslizándose por todo su cuerpo, era tan meticulosa que incluso en ese instante seguía un ritual diario, primero el cuerpo, hombros, brazos, pecho, vientre, piernas, pies, orejas y por último el pelo, rubio oscuro con reflejos dorados igual que sus cejas, era una mujer bella, con unos enormes ojos marrones enmarcados por espesas  y largas pestañas, nariz respingona y labios delineados que al sonreír descubrían unos dientes perfectos,  si, era una mujer bella, y a pesar  de los dos embarazos prácticamente seguidos su vientre aún era firme y elástico.
Se puso su albornoz y con delicadeza empezó a despertar  a la familia, se acercó a su cama y susurro el nombre  de su esposo: - Enrique,  Enrique, despierta, son las siete menos cuarto,
- ¡va!, ves despertándote, volvió al baño para acabar de arreglarse, cerró la puerta  para que el ruido del secador molestara lo menos posible, extendió crema hidratante por el rostro y cuerpo y minuciosamente  miró sus manos, tenía que ir inmediatamente a hacerse la manicura, pensó, su aspecto era fundamental  para  ella, le  gustaba cuidarse pero de un tiempo a esta parte era casi una obsesión obligada.
Mientras su marido se aseaba, llamó a su hijo mayor y luego al pequeño, le gustaba sentarse a observarlos durmiendo, después de unos  breves segundos  levantaba la persiana para que apenas se filtrara la luz del día que nacía y dulcemente les acariciaba el pelo mientras decía:
-       Buenos  días por la mañana, es hora de levantarse.
La casa estaba  despierta; los ruidos habituales de armarios abriéndose, niños bostezando,  el calentador funcionando, la cafetera con su luz encendida lista para preparar el café, los bocadillos para el desayuno, carteras que caían al suelo cargadas de libros, las noticias en la televisión, la persiana del vecino levantándose y por fin los primeros rayos de sol,
-       Bueno, parece que hará un día soleado, pensó alegremente.
El reloj anunciaba el inexorable paso del tiempo
-       Atención tropa, las ocho menos cuarto, acabad ya de vestiros que se hará  tarde, dijo  a  los niños.
-       Hoy iré a la ciudad, tengo que hacer recados y estaré todo el día fuera no vendré ni a comer, luego pasaré directamente por el colegio, he pensado que esta noche cenaremos pronto, así podremos ver  todos la  película esa que decíais ayer, ¿qué te parece?, le dijo a su marido que ya vestido entraba en la cocina.
-       Perfecto, intentaré estar como máximo aquí a las siete y media, ¿va bien?.
-       Perfecto también, contestó sonriendo.
Enrique prepara el café para él y su mujer y como cada día  se sientan a la mesa mientras escuchan las noticias, lo más interesante, el tiempo.
Se conocen desde hace tanto tiempo que  las medias palabras sirven para crear un diálogo, las miradas se cruzan sin  necesidad de más. Él hace un  gesto de cansancio, y ella le pregunta:
 -   ¿Qué tal se presenta el día?
- Tengo que hacer cinco visitas  a clientes y luego un  montón de papeleo en la oficina, espero que me dé tiempo a terminarlo todo porque mañana haremos una reunión en el departamento y seguramente  me pedirán datos, respondió él.
Enrique trabajaba en una multinacional, tenía un puesto intermedio con cinco empleados a su cargo que vendían uno de los tantos productos que la compañía ofrecía, las ventas habían descendido y la prima extra que suponía alcanzar objetivos se había ido con algunos clientes, no eran tiempos fáciles, las facturas se habían convertido en una verdadera pesadilla, pero ella se había hecho cargo de todo, recorto gastos, habló con acreedores, y las cosas empezaron a funcionar  de nuevo, él  se sintió más tranquilo y agradeció tener una mujer  cuidadosa que supiera gestionar  su casa y a su familia, nunca le pidió que  buscara un trabajo pues la conocía  y sabía que ella no sabría  moverse sola por este mundo de  locos, la protegía sin duda y ella lo sabía, aún se sorprendía que una mujer  tan bella  se hubiese fijado  en él, no era tonto y se veía en el espejo, estar delgado le costaba  pasar  hambre y su pelo negro de joven era un recuerdo, en cambio ella había madurado esplendorosamente, sus finas curvas de juventud habían  dado paso a un cuerpo sensual, aún se giraban para mirarla al pasear por la calle y él celosamente apretaba el abrazo mientras ella le sonreía pícaramente para tranquilizarle. Era suya como él le pertenecía totalmente, se querían.
-       ¡Ahora sí!, niños salid ya vais a hacer que papa llegue tarde a trabajar, y vosotros también, la puntualidad es una señal de responsabilidad y educación, venga ahora  mismo, dijo con tono grave a sus hijos.
Los dos adolescentes salieron corriendo con sus chaquetas mal puestas y las carteras colgadas de  cualquier manera a sus hombros, peinados a lo moderno como ellos decían, lo que se  traducía en que el peine hacía semanas que se paseaba lo justo por sus cabezas, pero ella no tenía ganas decirles nada, ese día tenía prisa.
Un beso para cada uno, deseos de un  buen día  y una palmadita en la espalda.
Abrió las ventanas para airear las habitaciones mientras recogía los vasos del desayuno, barrió el comedor, limpió los baños, hizo  las camas y empezó a vestirse.
El gran armario que cubría una de las habitaciones era prácticamente un chatarrero lleno de  trastos de aquellos que  uno sabe que tiene que tirar pero no se decide nunca, pero en uno de sus recovecos colgados en un perchero, oculto en una de las esquinas, cuatro magníficos  trajes chaqueta envueltos en fundas descansaban sin hacer ruido.
-       Hoy mejor iré de blanco y negro, seguro que no falla, una ejecutiva, me soltaré el pelo y me pondré el collar de perlas, o quizás el marrón a rayas verdes y grises con cuello de pana, es  más informal pero la falda entubada me sienta muy bien, con unas  medias de seda acristalada con raya negra posterior y las gafas negras de concha, una secretaria servicial, “sí creo que elegiré este” pensó. Miró su reloj, el tiempo se le echaba encima, eran las ocho y treinta y cinco y había quedado a las once, el trayecto hasta la ciudad le llevaría aproximadamente una hora y otra media hora llegar al punto  de encuentro, bien,  tenía que darse prisa.
Se puso las medias con cuidado para  que no se le hicieran carreras, un viso con encaje, una blusa blanca abierta  lo justo y el traje chaqueta. Como pudo saco la maleta Louis Vuitton que hacía poco había comprado y  comprobó que todo estuviera en su lugar. Un poco de perfume, no muy excesivo pues era de día y además de mañana, apagó luces, bajo persianas, cogió la maleta y se dirigió tranquilamente  a la estación.
-       Buenos días. Oyó que le decían al salir de casa.
-       Buenos días para ti también.
-       ¿Dónde vas tan elegante?. – Preguntó con curiosidad  la vecina que aún llevaba el pijama puesto mientras regaba las plantas.
-       No te creas un trapillo que tenía guardado y  que me ha apetecido ponerme, voy a la ciudad, tengo recados que hacer, volveré esta tarde, acabó de informar para evitar más  preguntas.
Compró el billete y se dispuso a esperar, unas  veinte  personas en el andén  miraban ansiosas  la cuenta atrás del gran reloj digital que anunciaba la llegada del próximo tren, apenas un minuto.
Le gustaba mirar por la ventana, descubrir  en cada viaje algo que no había visto en el anterior, ver como el paisaje se  transformaba con el tiempo y las estaciones, observar a la gente que entraba y salía, como se movían, como iban vestidos, se sentía como una  niña  yendo de  excursión, llevaba la maleta encima de sus piernas, una Luis Vuitton merecería un  medio de transporte más exclusivo, un  gran coche quizás, pero eso por el momento no era posible, aunque …ya lo tenía pensado, que ilusión le haría  a  Enrique, un todo terreno de  esos negros que se  veían siempre en el carril izquierdo de la autopista.
“Próxima estación…” anunció el megáfono, la suya.
Bajó y con paso rápido se dirigió a la salida, una gran avenida  se mostró ante ella, el aire fresco de la mañana aún se percibía, la gente como autómatas andaban en todas direcciones, los bares, cafeterías, restaurantes preparaban sus terrazas para los clientes.
Por fin llegó al número indicado, eran las diez y cuarenta y cinco, quince minutos antes de lo convenido, miró la majestuosa fachada, de estilo modernista pudo observar, balcones  redondeados, y una gran puerta de entrada de hierro forjado que daba paso a una enorme y ancha escalera  de mármol cubierta con una alfombra roja alumbrada por una lámpara de cristal de roca en forma de araña.
Le costó un poco abrir la puerta hasta que el portero apresuradamente y quitándose el sombrero acabó de empujarla
-       Buenos días, dígame Ud. señora, ¿en qué puedo ayudarla?, sonrió  amablemente.
-       Buenos días, al quinto primera, me están  esperando, contestó ella discretamente.
-       Perfecto, déjeme un  segundo que la anuncio, ¿su nombre por favor?.
-       Pity, Pity Queen.
Mientras el portero llama, ella  se  vuelve para observar  los grandes cuadros colgados a  ambos lados  de la  escalera, representaciones de antiguas  batallas, donde los caballos son más majestuosos que los personajes que representan.
-       Señorita, señorita – dice el hombre, - puede  Ud. subir, gracias.
-       Se lo agradezco, responde ella con una amplia sonrisa, por cierto una entrada preciosa.
El hombre se ruboriza y con un gesto de cabeza agradece el cumplido, la verdad es que hacía tiempo que no veía una mujer tan guapa.
El ascensor como el resto de la construcción estaba impecable, de madera de teca pulidamente barnizada tenía un banquito para  sentarse y un pequeño espejo, donde coqueta echa un último vistazo a su aspecto,  se recompone un  mechón de pelo, un retoque en los labios, y un pellizco  en cada mejilla para dar color.
El timbre es un conjunto de campanillas, una sirvienta uniformada abre la puerta con la mirada fija en el suelo y sin decir una palabra la acompaña a una amplia  habitación con grandes  ventanales donde el sol a raudales entra sin ningún  tipo de pudor.
-       Buenos días querido, que precioso día  tenemos hoy. Dice ella al  hombre  que la espera.
-       No sabes cómo me alegro de verte, hasta me acuerdo de ti de vez en cuando, ¿una copa?,  le responde él.
-       Una copa, a estas horas, no gracias no me apetece, llevas un batín nuevo , ¿verdad?
-       Que observadora se ríe él. El hombre maduro con pelo totalmente negro fuma  un cigarro mientras toma un cognac,  se sienta comodamente mientras observa a la mujer que de forma  metódica coloca  encima de la mesa todos sus enseres de  trabajo.
Ella  se gira  y lo contempla entonces lentamente se  acerca y le coge los cabellos con las manos mientras le besa la mejilla, le quita  el cigarro y lo apaga en uno de sus brazos, él  se  estremece.
-       - ¿Cómo quieres  que empecemos hoy?, le pregunta  mientras  deja que él le quite las medias y baje su falda.
-      -  ¿Has traído a tu amigo?
-      -  Por supuesto, allí está esperando. contestó ella.
-       - Entonces empieza por usarlo, y luego improvisaremos.
-       - Ya conoces las condiciones, le susurra ella al oído.
-       - Siempre tan práctica, ten, no lo he olvidado, mil euros por tres horas, menos mal que de esto no se entera nadie, dice él riendo mientras acaricia sus  caderas.
Una  ambulancia  hace oír  sus sirenas estridentes fuera en la calle, el sol del mediodía  luce en  todo su esplendor.
Ella coge  los billetes y los guarda  en el  bolsillo interior de su maleta Luis Vuitton  y coge el látigo mientras piensa:  
“esta noche voy a prepararles una cena de  rechupete, lo mejor  que encuentre  en el supermercado”.

VENCIDA EN EL CAMINO

Vencida en el camino,con la cara metida en el barro, mi mejilla arañada por el suelo, mis pies casi descalzos, siento la ceniza del ambiente cubriéndome como una lenta mortaja que me envuelve comiéndome el espiritu y enviándome a los infiernos-

Oigo y siento mi respiración, oigo y siento mi respiración, los latidos de mi corazón, oigo y siento mi respiración intentando controlar mi corazón, aspiro con fuerza y la arena entra por mi nariz ahogándome, intento levantarme y gruño con el esfuerzo, resoplo como lo que soy, un animal herido, me arrastro como una serpiente intentando moverme para no llegar a ninguna parte, empujo dándome la vuelta de espaldas al suelo mirando el cielo cubierto de humo sucio, el calor me sofoca, me quemo los pies, sigo arrastrándome, mi mente se nubla, no puedo seguir, esto se acaba, me siento liviana, me elevo hacia el cielo cruzo el espeso colchón que me asfixiaba, veo el sol resplandeciendo, subo ligera y tranquila, como un bebe sin conciencia, feliz, feliz, feliz, feliz.