Abrió
los ojos y no se sorprendió al ver en el reloj despertador que nunca utilizaba
las seis de la mañana, ya que
cada día y desde casi siempre su cuerpo cronometrado por la rutina se despertaba
a la misma hora. Se levantó
tranquilamente y se dirigió como siempre a la cocina, encendió la cafetera, levanto
la persiana, miró al cielo oscuro intentando
adivinar el tiempo que haría
mientras abría el lavaplatos para recoger los platos ya limpios de la cena, terminó
y se paseó por la casa poniendo en su sitio todo lo que estaba fuera de lugar andando
hacía el baño a ducharse.
Le encantaba
ese primer momento en la ducha con el agua muy caliente deslizándose por
todo su cuerpo, era tan meticulosa que incluso en ese instante seguía un ritual
diario, primero el cuerpo, hombros, brazos, pecho, vientre, piernas, pies,
orejas y por último el pelo, rubio oscuro con reflejos dorados igual que sus
cejas, era una mujer bella, con unos enormes ojos marrones enmarcados por
espesas y largas pestañas, nariz
respingona y labios delineados que al sonreír descubrían unos dientes
perfectos, si, era una mujer bella, y a
pesar de los dos embarazos prácticamente
seguidos su vientre aún era firme y elástico.
Se puso
su albornoz y con delicadeza empezó a despertar
a la familia, se acercó a su cama y susurro el nombre de su esposo: - Enrique, Enrique, despierta, son las siete menos
cuarto,
- ¡va!,
ves despertándote, volvió al baño para acabar de arreglarse, cerró la
puerta para que el ruido del secador
molestara lo menos posible, extendió crema hidratante por el rostro y cuerpo y
minuciosamente miró sus manos, tenía que
ir inmediatamente a hacerse la manicura, pensó, su aspecto era fundamental para
ella, le gustaba cuidarse pero de
un tiempo a esta parte era casi una obsesión obligada.
Mientras
su marido se aseaba, llamó a su hijo mayor y luego al pequeño, le gustaba sentarse
a observarlos durmiendo, después de unos
breves segundos levantaba la
persiana para que apenas se filtrara la luz del día que nacía y dulcemente les
acariciaba el pelo mientras decía:
-
Buenos días por la mañana, es hora de levantarse.
La casa
estaba despierta; los ruidos habituales
de armarios abriéndose, niños bostezando,
el calentador funcionando, la cafetera con su luz encendida lista para
preparar el café, los bocadillos para el desayuno, carteras que caían al suelo
cargadas de libros, las noticias en la televisión, la persiana del vecino
levantándose y por fin los primeros rayos de sol,
-
Bueno, parece que hará
un día soleado, pensó alegremente.
El
reloj anunciaba el inexorable paso del tiempo
-
Atención tropa, las ocho
menos cuarto, acabad ya de vestiros que se hará
tarde, dijo a los niños.
-
Hoy iré a la ciudad,
tengo que hacer recados y estaré todo el día fuera no vendré ni a comer, luego
pasaré directamente por el colegio, he pensado que esta noche cenaremos pronto,
así podremos ver todos la película esa que decíais ayer, ¿qué te
parece?, le dijo a su marido que ya vestido entraba en la cocina.
-
Perfecto, intentaré
estar como máximo aquí a las siete y media, ¿va bien?.
-
Perfecto también, contestó
sonriendo.
Enrique
prepara el café para él y su mujer y como cada día se sientan a la mesa mientras escuchan las
noticias, lo más interesante, el tiempo.
Se
conocen desde hace tanto tiempo que las
medias palabras sirven para crear un diálogo, las miradas se cruzan sin necesidad de más. Él hace un gesto de cansancio, y ella le pregunta:
- ¿Qué
tal se presenta el día?
- Tengo
que hacer cinco visitas a clientes y
luego un montón de papeleo en la
oficina, espero que me dé tiempo a terminarlo todo porque mañana haremos una
reunión en el departamento y seguramente
me pedirán datos, respondió él.
Enrique
trabajaba en una multinacional, tenía un puesto intermedio con cinco empleados a
su cargo que vendían uno de los tantos productos que la compañía ofrecía, las
ventas habían descendido y la prima extra que suponía alcanzar objetivos se
había ido con algunos clientes, no eran tiempos fáciles, las facturas se habían
convertido en una verdadera pesadilla, pero ella se había hecho cargo de todo,
recorto gastos, habló con acreedores, y las cosas empezaron a funcionar de nuevo, él
se sintió más tranquilo y agradeció tener una mujer cuidadosa que supiera gestionar su casa y a su familia, nunca le pidió
que buscara un trabajo pues la
conocía y sabía que ella no sabría moverse sola por este mundo de locos, la protegía sin duda y ella lo sabía,
aún se sorprendía que una mujer tan
bella se hubiese fijado en él, no era tonto y se veía en el espejo,
estar delgado le costaba pasar hambre y su pelo negro de joven era un recuerdo,
en cambio ella había madurado esplendorosamente, sus finas curvas de juventud
habían dado paso a un cuerpo sensual,
aún se giraban para mirarla al pasear por la calle y él celosamente apretaba el
abrazo mientras ella le sonreía pícaramente para tranquilizarle. Era suya como
él le pertenecía totalmente, se querían.
-
¡Ahora sí!, niños salid
ya vais a hacer que papa llegue tarde a trabajar, y vosotros también, la
puntualidad es una señal de responsabilidad y educación, venga ahora mismo, dijo con tono grave a sus hijos.
Los dos
adolescentes salieron corriendo con sus chaquetas mal puestas y las carteras
colgadas de cualquier manera a sus
hombros, peinados a lo moderno como ellos decían, lo que se traducía en que el peine hacía semanas que se
paseaba lo justo por sus cabezas, pero ella no tenía ganas decirles nada, ese
día tenía prisa.
Un beso
para cada uno, deseos de un buen
día y una palmadita en la espalda.
Abrió
las ventanas para airear las habitaciones mientras recogía los vasos del
desayuno, barrió el comedor, limpió los baños, hizo las camas y empezó a vestirse.
El gran
armario que cubría una de las habitaciones era prácticamente un chatarrero
lleno de trastos de aquellos que uno sabe que tiene que tirar pero no se
decide nunca, pero en uno de sus recovecos colgados en un perchero, oculto en
una de las esquinas, cuatro magníficos
trajes chaqueta envueltos en fundas descansaban sin hacer ruido.
-
Hoy mejor iré de blanco
y negro, seguro que no falla, una ejecutiva, me soltaré el pelo y me pondré el
collar de perlas, o quizás el marrón a rayas verdes y grises con cuello de
pana, es más informal pero la falda
entubada me sienta muy bien, con unas
medias de seda acristalada con raya negra posterior y las gafas negras
de concha, una secretaria servicial, “sí creo que elegiré este” pensó. Miró su
reloj, el tiempo se le echaba encima, eran las ocho y treinta y cinco y había
quedado a las once, el trayecto hasta la ciudad le llevaría aproximadamente una
hora y otra media hora llegar al punto
de encuentro, bien, tenía que
darse prisa.
Se puso
las medias con cuidado para que no se le
hicieran carreras, un viso con encaje, una blusa blanca abierta lo justo y el traje chaqueta. Como pudo saco
la maleta Louis Vuitton que hacía poco había comprado y comprobó que todo estuviera en su lugar. Un
poco de perfume, no muy excesivo pues era de día y además de mañana, apagó
luces, bajo persianas, cogió la maleta y se dirigió tranquilamente a la estación.
-
Buenos días. Oyó que le
decían al salir de casa.
-
Buenos días para ti
también.
-
¿Dónde vas tan elegante?.
– Preguntó con curiosidad la vecina que
aún llevaba el pijama puesto mientras regaba las plantas.
-
No te creas un trapillo
que tenía guardado y que me ha apetecido
ponerme, voy a la ciudad, tengo recados que hacer, volveré esta tarde, acabó de
informar para evitar más preguntas.
Compró
el billete y se dispuso a esperar, unas
veinte personas en el andén miraban ansiosas la cuenta atrás del gran reloj digital que
anunciaba la llegada del próximo tren, apenas un minuto.
Le
gustaba mirar por la ventana, descubrir
en cada viaje algo que no había visto en el anterior, ver como el
paisaje se transformaba con el tiempo y
las estaciones, observar a la gente que entraba y salía, como se movían, como
iban vestidos, se sentía como una
niña yendo de excursión, llevaba la maleta encima de sus
piernas, una Luis Vuitton merecería un
medio de transporte más exclusivo, un
gran coche quizás, pero eso por el momento no era posible, aunque …ya lo
tenía pensado, que ilusión le haría
a Enrique, un todo terreno
de esos negros que se veían siempre en el carril izquierdo de la
autopista.
“Próxima
estación…” anunció el megáfono, la suya.
Bajó y
con paso rápido se dirigió a la salida, una gran avenida se mostró ante ella, el aire fresco de la
mañana aún se percibía, la gente como autómatas andaban en todas direcciones,
los bares, cafeterías, restaurantes preparaban sus terrazas para los clientes.
Por fin
llegó al número indicado, eran las diez y cuarenta y cinco, quince minutos
antes de lo convenido, miró la majestuosa fachada, de estilo modernista pudo
observar, balcones redondeados, y una
gran puerta de entrada de hierro forjado que daba paso a una enorme y ancha
escalera de mármol cubierta con una
alfombra roja alumbrada por una lámpara de cristal de roca en forma de araña.
Le
costó un poco abrir la puerta hasta que el portero apresuradamente y quitándose
el sombrero acabó de empujarla
-
Buenos días, dígame Ud. señora,
¿en qué puedo ayudarla?, sonrió
amablemente.
-
Buenos días, al quinto
primera, me están esperando, contestó
ella discretamente.
-
Perfecto, déjeme un segundo que la anuncio, ¿su nombre por favor?.
-
Pity, Pity Queen.
Mientras
el portero llama, ella se vuelve para observar los grandes cuadros colgados a ambos lados
de la escalera, representaciones
de antiguas batallas, donde los caballos
son más majestuosos que los personajes que representan.
-
Señorita, señorita –
dice el hombre, - puede Ud. subir,
gracias.
-
Se lo agradezco,
responde ella con una amplia sonrisa, por cierto una entrada preciosa.
El
hombre se ruboriza y con un gesto de cabeza agradece el cumplido, la verdad es
que hacía tiempo que no veía una mujer tan guapa.
El
ascensor como el resto de la construcción estaba impecable, de madera de teca
pulidamente barnizada tenía un banquito para
sentarse y un pequeño espejo, donde coqueta echa un último vistazo a su
aspecto, se recompone un mechón de pelo, un retoque en los labios, y
un pellizco en cada mejilla para dar
color.
El
timbre es un conjunto de campanillas, una sirvienta uniformada abre la puerta
con la mirada fija en el suelo y sin decir una palabra la acompaña a una
amplia habitación con grandes ventanales donde el sol a raudales entra sin
ningún tipo de pudor.
-
Buenos días querido, que
precioso día tenemos hoy. Dice ella
al hombre que la espera.
-
No sabes cómo me alegro
de verte, hasta me acuerdo de ti de vez en cuando, ¿una copa?, le responde él.
-
Una copa, a estas horas,
no gracias no me apetece, llevas un batín nuevo , ¿verdad?
-
Que observadora se ríe
él. El hombre maduro con pelo totalmente negro fuma un cigarro mientras toma un cognac, se sienta comodamente mientras observa a la
mujer que de forma metódica coloca encima de la mesa todos sus enseres de trabajo.
Ella se gira
y lo contempla entonces lentamente se
acerca y le coge los cabellos con las manos mientras le besa la mejilla,
le quita el cigarro y lo apaga en uno de
sus brazos, él se estremece.
- - ¿Cómo quieres que empecemos hoy?, le pregunta mientras
deja que él le quite las medias y baje su falda.
- - ¿Has traído a tu amigo?
- - Por supuesto, allí está
esperando. contestó ella.
- - Entonces empieza por
usarlo, y luego improvisaremos.
- - Ya conoces las condiciones,
le susurra ella al oído.
- - Siempre tan práctica,
ten, no lo he olvidado, mil euros por tres horas, menos mal que de esto no se
entera nadie, dice él riendo mientras acaricia sus caderas.
Una ambulancia
hace oír sus sirenas estridentes
fuera en la calle, el sol del mediodía
luce en todo su esplendor.
Ella
coge los billetes y los guarda en el
bolsillo interior de su maleta Luis Vuitton y coge el látigo mientras piensa:
- “esta noche voy a prepararles una cena
de rechupete, lo mejor que encuentre
en el supermercado”.